Immortal - All Shall of Fall

miércoles, 25 de noviembre de 2009

ANGUSTIA Y AGONIA


Vivo mi agonía en un mar de angustia sumergida,
vida mía se desliza en un caño de demonios
que quieren tomar mi alma y destruirla,
seria traicionar la capilla de mis sueños
y así volver al nada en el que estaba.

Sombra maldita en mi vida cautiva,
sueños que mis propios pensamientos destruyeron
convirtiéndolos en dulces pesadillas,
que me llenan en un mar de angustia y agonía,
Siento mi alma estar en caos,
en silencio perturbador... tranquilizador.

Mi corazón cayo y no me había enterado
hasta hoy con lagrimas de sangre
que las sentí una a una
porque estaban todas consagradas con
angustia y agonía.

Esos ojos que me dominan
ahora solo pueden hacerme llorar y...odiar.
Mi corazón flechado con espinas
que lo hacen sangrar y sangrar.

Solo ilusiones desvanecidas
y en una sola oscuridad perdidas
tan solo sumergidas en un universo de
angustia y agonía.

Aterrador martirio consume la vida propia mía;
sangra el odio, sufrimiento del amar,
con solo estupideces se consagra el andar,
pero aun así mi corazón siempre muere
lleno tan solo por siempre y para siempre con
angustia y agonía .

(Autor: Txus Di fellatio)

martes, 24 de noviembre de 2009

Sombra



Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos; pero yo, el que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Pues en verdad ocurrirán muchas cosas, y se sabrán cosas secretas, y pasarán muchos siglos antes de que los hombres vean este escrito. Y, cuando lo hayan visto, habrá quienes no crean en él, y otros dudarán, mas unos pocos habrá que encuentren razones para meditar frente a los caracteres aquí grabados con un estilo de hierro.

El año había sido un año de terror y de sentimientos más intensos que el terror, para los cuales no hay nombre sobre la tierra. Pues habían ocurrido muchos prodigios y señales, y a lo lejos y en todas partes, sobre el mar y la tierra, se cernían las negras alas de la peste. Para aquellos versados en la ciencia de las estrellas, los cielos revelaban una faz siniestra; y para mí, el griego Oinos, entre otros, era evidente que ya había llegado la alternación de aquel año 794, en el cual, a la entrada de Aries, el planeta Júpiter queda en conjunción con el anillo rojo del terrible Saturno. Si mucho no me equivoco, el especial espíritu del cielo no sólo se manifestaba en el globo físico de la tierra, sino en las almas, en la imaginación y en las meditaciones de la humanidad.

En una sombría ciudad llamada Ptolemáis, en un noble palacio, nos hallábamos una noche siete de nosotros frente a los frascos del rojo vino de Chíos. Y no había otra entrada a nuestra cámara que una alta puerta de bronce; y aquella puerta había sido fundida por el artesano Corinnos, y, por ser de raro mérito, se la aseguraba desde dentro. En el sombrío aposento, negras colgaduras alejaban de nuestra vista la luna, las cárdenas estrellas y las desiertas calles; pero el presagio y el recuerdo del Mal no podían ser excluidos. Estábamos rodeados por cosas que no logro explicar distintamente; cosas materiales y espirituales, la pesadez de la atmósfera, un sentimiento de sofocación, de ansiedad; y por, sobre todo, ese terrible estado de la existencia que alcanzan los seres nerviosos cuando los sentidos están agudamente vivos y despiertos, mientras las facultades yacen amodorradas. Un peso muerto nos agobiaba. Caía sobre los cuerpos, los muebles, los vasos en que bebíamos; todo lo que nos rodeaba cedía a la depresión y se hundía; todo menos las llamas de las siete lámparas de hierro que iluminaban nuestra orgía. Alzándose en altas y esbeltas líneas de luz, continuaban ardiendo, pálidas e inmóviles; y en el espejo que su brillo engendraba en la redonda mesa de ébano a la cual nos sentábamos, cada uno veía la palidez de su propio rostro y el inquieto resplandor en las abatidas miradas de sus compañeros. Y, sin embargo, reíamos y nos alegrábamos a nuestro modo -lleno de histeria-, y cantábamos las canciones de Anacreonte -llenas de locura-, y bebíamos copiosamente, aunque el purpúreo vino nos recordaba la sangre. Porque en aquella cámara había otro de nosotros en la persona del joven Zoilo. Muerto y amortajado yacía tendido cuan largo era, genio y demonio de la escena. ¡Ay, no participaba de nuestro regocijo! Pero su rostro, convulsionado por la plaga, y sus ojos, donde la muerte sólo había apagado a medias el fuego de la pestilencia, parecían interesarse en nuestra alegría, como quizá los muertos se interesan en la alegría de los que van a morir. Mas aunque yo, Oinos, sentía que los ojos del muerto estaban fijos en mí, me obligaba a no percibir la amargura de su expresión, y mientras contemplaba fijamente las profundidades del espejo de ébano, cantaba en voz alta y sonora las canciones del hijo de Teos.

Poco a poco, sin embargo, mis canciones fueron callando y sus ecos, perdiéndose entre las tenebrosas colgaduras de la cámara, se debilitaron hasta volverse inaudibles y se apagaron del todo. Y he aquí que de aquellas tenebrosas colgaduras, donde se perdían los sonidos de la canción, se desprendió una profunda e indefinida sombra, una sombra como la que la luna, cuando está baja, podría extraer del cuerpo de un hombre; pero ésta no era la sombra de un hombre o de un dios, ni de ninguna cosa familiar. Y, después de temblar un instante, entre las colgaduras del aposento, quedó, por fin, a plena vista sobre la superficie de la puerta de bronce. Mas la sombra era vaga e informe, indefinida, y no era la sombra de un hombre o de un dios, ni un dios de Grecia, ni un dios de Caldea, ni un dios egipcio. Y la sombra se detuvo en la entrada de bronce, bajo el arco del entablamento de la puerta, y sin moverse, sin decir una palabra, permaneció inmóvil. Y la puerta donde estaba la sombra, si recuerdo bien, se alzaba frente a los pies del joven Zoilo amortajado. Mas nosotros, los siete allí congregados, al ver cómo la sombra avanzaba desde las colgaduras, no nos atrevimos a contemplarla de lleno, sino que bajamos los ojos y miramos fijamente las profundidades del espejo de ébano. Y al final yo, Oinos, hablando en voz muy baja, pregunté a la sombra cuál era su morada y su nombre. Y la sombra contestó: «Yo soy SOMBRA, y mi morada está al lado de las catacumbas de Ptolemáis, y cerca de las oscuras planicies de Clíseo, que bordean el impuro canal de Caronte.»

Y entonces los siete nos levantamos llenos de horror y permanecimos de pie temblando, estremecidos, pálidos; porque el tono de la voz de la sombra no era el tono de un solo ser, sino el de una multitud de seres, y, variando en sus cadencias de una sílaba a otra, penetraba oscuramente en nuestros oídos con los acentos familiares y harto recordados de mil y mil amigos muertos.
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Autor:Edgar Allan Poe
Traduccion: Julio Cortasar


Obtenido De: ciudadseva.com

sábado, 21 de noviembre de 2009

Canto de muerte




Hoy voy a desaparecer y nadie lo va a notar,
Se hará invisible mi piel y mi sangre se va a secar,
Mi alma va a volar, y se ocultara en tu habitación,
Cada noche te haré pagar poco a poco mi dolor.

Voy a cantarte al oído mientras toco tu cara,
Te haré sentir frío, hasta que quieras ir a la cama,
Cuando estés acostada recorreré tu cuerpo desnudo,
Haciéndole honor a tus deseos más oscuros.

Al escribir con sangre, mi nombre en tu pecho
Haré venir a tu mente siniestros recuerdos,
Los recuerdos serán míos, pero tú vas a sufrirlos,
Sonreiré al verte sufrir, pero no caerás al abismo.

Tendré algo de tiempo mientras lloras todo mi miedo,
Te voy a tocar inyectando lascivia en tu cuerpo
Y no podrás soportar ese placentero momento,
Debatiendo entre cielo, infierno y orgasmo perfecto.

Te arrepentirás de haber nacido y hacerme daño,
Suplicaras un momento de paz o al menos un pacto,
Ignorando, que tu castigo no tiene un final,
Estás condenada... cada noche de la eternidad.


(Autor: Jesús María Hernández Gil)

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El Salmo De Los Desheredados


Padre Nuestro, de todos nosotros,
de los pobres, de los sin techo,
de los marginados y de los desprotegidos,
de los desheredados
y de los dueños de la miseria,
de los que te siguen
y de los que en ti ya no creemos.

Baja de los cielos,
pues aquí está el infierno.
Baja de tu trono,
pues aquí hay guerras, hambre, injusticias.
No hace falta que seas uno y trino,
con uno sólo que tenga ganas de ayudar, nos bastaría.
¿Cual es tu reino?¿El Vaticano?
¿La banca?¿La alta política?
Nuestro reino es Nigeria, Etiopía, Colombia, Hiroshima.
El pan nuestro de cada día
son las violaciones, la violencia de género,
la pederastia, las dictaduras,
el cambio climático.

En la tentación caigo a diario,
no hay mañana en la que no esté tentado de crear a un Dios humilde,
justo.
Un Dios que esté en la tierra,
en los valles, los ríos,
un Dios que viva en la lluvia,
que viaje a través del viento
y acaricie nuestra Alma.
Un Dios de los tristes, de los homosexuales. Un Dios más humano...
Un Dios que no castigue, que enseñe.
Un Dios que no amenace, que proteja.

Que si me caigo, me levante,
que si me pierdo, me tienda su mano.
Un Dios que si yerro no me culpe
y que si dudo me entienda.
Pues para eso me dotó de inteligencia,
para dudar de todo.

Padre Nuestro, de todos nosotros,
¿por qué nos has olvidado?
Padre Nuestro, ciego, sordo y desocupado,
¿por qué nos has abandonado?

Txus



¿y tu lo sigues buscando?